PRIMER DE BATXILLERAT HISTÒRIA DEL MÓN CONTEMPORANI


La II Guerra Mundial
material d'ampliació

 

                                                               Cronologia del antecedents de la IIGM 

1919: -Tractat de Versalles
1922: -Mussolini marxa sobre Roma. S'inicia la implantació del feixisme.
1926: - puja al tro l'emperador Hirohito.
          -dura repressió contra les organitzacions de treballadors japoneses.
1929:.- crisi econòmica que afecta greument als països desenvolupats capitalistes .
1931: - Al Japó, la política d'expansió econòmica fracassa degut a les limitacions impostes a l'exportació japonesa 
                     per la política proteccionista dels països afectats per la crisi econòmica. Hi ha també un excés de mà d'obra.
              -el govern japonès elabora un pla per a la creació d'una gran àrea de domini econòmic (mercats i fonts de matèries
                primeres).
                 -Ocupació de Manxuria pel Japó.
1933 :-Hitler guanya les eleccions
            -il.legalització del PC alemany .
1934:.-dissolució de les organitzacions polítiques i sindicals a excepció del Partit i el sindicat nazi.
1935: -Itàlia ocupa Etiòpia (Abissínia)
1936: - després de la victòria electoral dels liberals, aixecament militar de Tokio que acaba sent dominat pel govern.
           -pacte Roma-Tokio anti -soviètic.
           -la conferència internacional sobre la Guerra civil espanyola decreta la no-intervenció.
             -Alemanya i Itàlia intervenen a la Guerra Civil espanyola a favor de Franco.
            -l'URSS ven armament i envia tècnics a favor de la República espanyola.
1937: -inici de la guerra contra Xina (ocupació de la costa est xinesa). Grans èxits militars del Japó.
1938: -Alemanya ocupa Àustria (març)
               -Alemanya ocupa els Sudets (Xecoeslovàquia) (setembre)
             -Conferència de Munic (29 setembre)
1939: -EEUU suspèn l'exportació a Japó de matèries primeres. Japó protesta.
           -El feixisme japonès guanya popularitat (es basa en la lleialtat dels súbdits vers l'emperador divinitzat i la consciència
             d'una missió del Japó: l'hegemonia sobre la resta d'Asia).
            -Alemanya ocupa la resta de Xecoslovàquia (març)
              -Itàlia ocupa Albània (abril).
              -Pacte d'Acer Berlín-Roma (maig)
                -pacte Alemanya-URSS (agost)
               -Alemanya ocupa Polònia (1 setembre).
               -3 setembre França i G.Bretanya  declaren la guerra a Alemanya. S'inicia la II G. Mundial.
1940: -Pacte tripartit entre Itàlia, Alemanya i Japó.
           -la URSS envaeix Finlàndia, Letònia, Estònia i Lituània.
             -Alemanya ocupa Dinamarca, Noruega, Bèlgica, Holanda i França (14 juny entrada a Paris).
                -supressió dels partits polítics al Japó.
              -Itàlia entra en la guerra (juny)
1941: -Hideki Tojo (cap de l'Estat Major de l'Exèrcit), màxim representant del feixisme japonés forma govern.
              -juny invasió alemanya de la URSS.
              -juliol: invasió de la Indoxina francesa pel Japó.
             -desembre: bombardeig de Pearl Harbourg. USA entra en la guerra.

Mauthausen, herida abierta
Los supervivientes vuelven a una Austria que aún no ha digerido su pasado


Cincuenta y cinco años después de su liberación, el campo de concentración y exterminio de Mauthausen continúa proyectando su sombra en el presente. Tres días antes de la solemne conmemoración de hoy domingo, todavía no estaba claro quién era responsable de qué parte del programa, ni quién iba a asistir. Y en un momento en que cada vez son menos los supervivientes del exterminio de Mauthausen, los ex presos españoles se enteraron de que la comisaria del Gobierno austriaco para negociar las indemnizaciones a los damnificados por el trabajo forzado ha excluido a los españoles.

La respuesta que ha dado un asistente de la comisaria Maria Schaumayer a un representante español es desconcertante: "Austria no indemnizará a los republicanos españoles, porque de eso ya se cuidan los alemanes". La indemnización prevista es ya de por sí simbólica: un máximo de 105.000 chelines (cuatro salarios mensuales actuales) por casi cinco años de trabajos forzados. Pero, además, el hecho de que se pretenda excluir a los españoles es tan absurdo como ridículo: casi todos los presos españoles en el III Reich vinieron a parar a Austria y trabajaron para empresas austriacas, muchas de las cuales todavía existen.

En un momento en el que las autoridades austriacas están asediadas por un bloqueo político por parte de la Unión Europea y cuando el nuevo Gobierno se ha mostrado dispuesto a negociar de forma objetiva estos asuntos, el pretexto aducido por la oficina de la comisaria indica por lo menos una gigantesca falta de sensibilidad política y humana. Mientras que sólo en Mauthausen hubo presos de 20 nacionalidades, la comisaria Schaumayer sólo ha negociado con cinco Estados (Polonia, Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Hungría).

Es posible que en algunos casos esta displicente postura del Gobierno austriaco traiga consecuencias graves, incluida una eventual retirada de embajadores. Tal podría ser el caso de Chequia. Los checos aseguran que no fueron ellos los que no quisieron negociar. Por el contrario, el Gobierno austriaco les hizo saber que los obreros forzados checos, en su calidad de ciudadanos del III Reich, fueron mejor tratados que los de otros países. Según la prensa checa, la razón de los problemas de la indemnización reside en que Chequia ha sido el único país candidato al ingreso a la UE que ha apoyado plenamente las sanciones de los demás miembros de la UE contra Austria.

El manresano Jacint Carrió Vilaseca descansa a sus 84 años en el borde de la escalera de la muerte de la cantera de granito de Mauthausen. Es la quinta vez que ha regresado al campo de exterminio en el que vivió desde el 13 de diciembre de 1940 hasta el 20 de mayo de 1945.

Junto a él se sienta el tortosino Antonio Barberà Pla, que en octubre cumplirá 89 años. "Aquí trabajé durante 36 meses", dice Barberà, que es la primera vez que ha regresado al escenario de una tortura que duró casi cinco años y que terminó hace exactamente 55. Su mirada recorre una y otra vez los muros de la cantera, los 186 peldaños de la escalera de la muerte, el pequeño laguito, la pared de roca... y luego cierra los ojos. Cuando los abre, están humedecidos. Uno siente que cualquier pregunta o comentario estaría desplazado.

Alrededor de los visitantes españoles, obreros y montadores están construyendo el gigantesco escenario para los "Wiener Philharmoniker" que el domingo por la tarde interpretarán la "Novena sinfonía" de Beethoven, cuyo quinto movimiento incluye la llamada "Oda a la alegría" de Friedrich Schiller. "Nosotros no vamos a asistir... ¿A quién se le ha ocurrido interpretar un canto a la alegría en lo que fue un matadero humano?", se pregunta Jacint Carrió. Mientras tanto, gigantescos camiones están descargando contenedores, máquinas de refrigeración, aparatos de megafonía con la misma naturalidad con la que montarían el escenario para un concierto de rock.

Un grupo de escolares de Viena de catorce y quince años, acompañado por una profesora, desciende por la escalera y mira con curiosidad e interés la tarjeta de identificación que llevan prendida los dos visitantes de su solapa. A una muchacha de pelo rubio le pregunto qué impresión le ha producido la visita al campo. Tarda en contestar y después de una larga pausa musita en voz muy baja, como si lamentara no encontrar otro adjetivo más fuerte, un simple "terrible..." y desvía la mirada. El tono de su voz dice más que la misma palabra.

Generaciones

La maestra pregunta a los "huéspedes" españoles si quieren explicar sus vivencias a los escolares. Poco a poco empieza un fantástico diálogo por encima de las generaciones. "¿Qué sentían cuando veían o se enteraban de que había muerto un compañero suyo?", "¿cómo se explica que ustedes salieran con vida?", "¿por qué fueron ustedes internados?", "si ahora uno de los verdugos viniera a su encuentro y le pidiera perdón, ¿qué haría?", etcétera.

Después de la última pregunta Jacint Carrió se queda pensativo. Mira de soslayo a los muchachos y a las muchachas y espera... Finalmente dice: "Sí, le perdonaría, siempre que no hubiera sido un criminal". "¿Y si fue un criminal el que le pide perdón?", insiste la misma muchacha que había planteado la pregunta. Ella no sabe lo que antes había contado Carrió a este corresponsal: que no todos los guardianes eran iguales, que hubo entre ellos excepciones, que había "capos" (presos encargados de vigilar a sus camaradas) tanto o más crueles que los verdugos. Finalmente, el ex deportado contesta: "Si esta persona fue un criminal, no le perdonaría". Quizás al ver la expresión de las caras de las muchachas y los muchachos, Carrió considera necesario añadir: "No puedo, no puedo... Pero esto no tiene nada que ver con sus hijos o sus nietos".

Hace más de medio siglo que tuvo lugar la tragedia de los ocho mil republicanos españoles que, después de la odisea de tres años de guerra civil en España y de otra odisea en los campos de refugiados de Francia, se enfrentaron con cinco años de campo de exterminio en Mauthausen (donde estuvieron 195.000 personas, de las cuales 105.000 murieron). La cifra oficial de españoles muertos en el campo es de 6.502, pero los ex deportados creen que la cifra real es algo mayor. De acuerdo con ello y con los cálculos llevados a cabo por la Comunidad Mauthausen de Austria, el número de españoles que salieron con vida de los campos de exterminio oscilaba entre 1.500 y 2.200 personas, de las cuales viven actualmente alrededor de una décima parte. Siete de ellos forman parte del grupo de 150 personas reunido por la Amical de Mauthausen, la asociación de ex presos españoles fundada en 1962 en Barcelona, que se han trasladado a Austria para conmemorar el 55 aniversario de la liberación del campo el 5 de mayo de 1945 por las tropas norteamericanas.

El grupo es abigarrado. Aparte de los supervivientes, han acudido las viudas y los hijos de muchos caídos, parientes y simpatizantes. Uno de los participantes (Salvador Benítez, de Valderrobles, Huesca) viste durante el viaje el mismo uniforme de presidiario que llevó en el campo con el número cosido (29.925).

Durante media semana los componentes del grupo han recorrido las principales instalaciones anexas al campo de Mauthausen: el crematorio de Melk, el castillo de Hartheim, los túneles y el memorial de Ebensee, Linz, Gusen y el campo central de Mauthausen. Fue en Gusen donde murieron más españoles. Se trataba de un campo empezado a construir en 1939 con la llegada de 5.500 prisioneros polacos, de los cuales después de un año sólo quedaban 1.500. En 1941 llegaron al campo anexo de Gusen 3.846 republicanos españoles, de los cuales en enero de 1944 sólo quedaban 444 supervivientes.

Carrió y Barberà no tan sólo logran identificar los barracones que ocuparon en Mauthausen, sino también incluso encuentran la litera que seguramente ocuparon... cuando hubo literas. Porque, debido al gran número de prisioneros, los barracones estaban repletos de presos, que tenían que dormir apretujados como sardinas en el suelo (uno con la cabeza arriba y el siguiente con los pies arriba: entre 250 y 800 personas). Por vez primera Barberà visitó una barraca en la que por suerte nunca había entrado durante su internamiento: la barraca con las cámaras de gas y el crematorio. Allí, en el muro, están las placas-recuerdo de varios de los españoles que fueron incinerados.

La liberación de los españoles significó en cierto sentido una prolongación del drama. Mientras otros presos fueron acogidos por sus respectivos estados, los republicanos españoles se encontraban contra la pared: volver en un momento en el que la revancha de la Guerra Civil no había terminado era arriesgado.

Exilio

Sin dinero ni vestidos ni documentos, muchos prefirieron quedarse durante dos semanas en el campo, hasta que las autoridades francesas organizaron el transporte: el viaje de Carrió a Francia en tren tardó 31 días. Y su regreso a España se retrasó hasta enero de 1949. "Para darme pasaporte y dejarme entrar, me pidieron tres avales: de un falangista, de un sacerdote y de un industrial", explica Barberà.

Las narraciones de los deportados permiten penetrar y precisar las condiciones en el mundo del campo de exterminio. Por ejemplo, todos los españoles destacan el hecho de que a partir del verano de 1942, apenas murieron españoles en Mauthausen, que recibieron desde 1943 un trato "menos peor" que los demás presidiarios. Ellos no saben la razón de esta "discriminación", pero suponen que residía en el distanciamiento entre Franco y Hitler.El jueves este corresponsal vio por lo menos a escolares de dos o tres colegios austriacos que visitaban el campo, algo que hace años no sucedía. La población de Mauthausen y de las localidades vecinas prefieren no hablar del campo. Los ancianos están cansados. "Sí, naturalmente que llegaba hasta nosotros el hedor de los crematorios -dice finalmente a este corresponsal un viejo campesino-, pero nadie sabía exactamente qué es lo que sucedía tras los muros y, si quiere que le diga la verdad, ninguno de nosotros queríamos saberlo. Todos teníamos miedo, mucho miedo."

La organización del 55 aniversario ha estado llena de tropiezos. Hace dos años el comité internacional de Mauthausen se había puesto de acuerdo con el Gobierno austriaco (coalición de socialdemócratas y populares) para organizar una conmemoración conjunta. Pero, después de la entrada del Partido Nacional-Liberal de Haider en el Gobierno, las cosas cambiaron. El comité decidió no invitar al Gobierno, mejor dicho, decidió no mencionar a los miembros del Gobierno que decidieran participar. Es muy posible que hoy no acuda ningún ministro.

                                                                                           RICARDO ESTARRIOL, corresponsal de La Vanguardia

 


Acuerdo en Austria para indemnizar a los trabajadores forzosos del régimen nazi

VIENA. - Contrariamente a lo anunciado, el canciller federal austriaco Wolfgang Schüssel no asistió ayer a la conferencia de prensa sobre la creación de un fondo austriaco para indemnizar a los trabajadores forzados del III Reich que todavía viven.

La comisaria austriaca Maria Schaumayer y el subsecretario de Estado de Hacienda norteamericano, Stuart Eizenstat (encargado de asuntos relacionados con el holocausto), fueron los encargados de informar sobre los acuerdos de la conferencia celebrada a puerta cerrada con los representantes de los seis países más afectados por la medida. Austria se ha puesto de acuerdo con los seis países de Europa central y del Este (que representan a 125.500 de los 199.000 supervivientes estimados por la comisión de historiadores) y ha rubricado acuerdos bilaterales con ellos que equivalen a una renuncia definitiva a nuevas reclamaciones por parte de estos países. La cifra estimada de supervivientes en otros países (especialmente en los de la UE), que era de 77.000 personas, ha quedado reducida a 24.500 personas. Aún no se sabe cómo van a tener que reclamar estas personas sus indemnizaciones: Schaumayer ha dicho que pueden hacerlo individualmente.

Quedan todavía otros dos nudos gordianos. Austria no ha conseguido que el Gobierno norteamericano se comprometa a dar una garantía de que no habrá más reclamaciones (en concepto de trabajos forzados) procedentes de Estados Unidos. Eizenstat ha anunciado que el 30 de mayo se celebrará en Washington una reunión de abogados norteamericanos y austriacos "para establecer un mecanismo que garantice la paz legal". Allí tendrán que enfrentarse los austriacos con la "bestia negra" de las reclamaciones norteamericanas, el abogado Ed Fagan, que ha reclamado una cantidad equivalente a casi una quinta parte del presupuesto nacional austriaco.

El segundo nudo es el conjunto de expectativas de las víctimas del nazismo en Austria relacionadas con el secuestro de obras de arte, incautación de bienes inmobiliarios y patrimonio, y pólizas de seguro no pagadas. Eizenstat ha pedido con mucha claridad a Schüssel que nombre un nuevo comisario para estas cuestiones. Schüssel no se ha pronunciado, pero ha anunciado que va a pedir nuevos dictámenes a la comisión de historiadores.

Eizenstat, que se mostró contrario a presentar ultimátums o a amenazar con un boicot, dijo que "la solución de estos asuntos será importante para juzgar cómo Austria se atiene a las obligaciones contenidas en el propio programa de gobierno de la coalición y desempeñará un papel crucial en el futuro de las relaciones entre nuestros gobiernos".


                                                                                                      RICARDO ESTARRIOL. La Vanguardia 18/05/2000


EE.UU. pone trabas a la propuesta de Austria de indemnizar a los trabajadores forzosos del nazismo

VIENA. - Aunque la conferencia sobre la reconciliación se celebra a puerta cerrada en Hofburg, ayer trascendió que el Gobierno de Estados Unidos se resiste a garantizar que después de la creación del fondo de reconciliación austriaco no habrá más reclamaciones de este país en concepto de indemnización por los trabajadores forzosos durante el Tercer Reich.

La conferencia fue convocada por la comisaria austríaca para la indemnización de obreros forzosos, Maria Schaumayer, con el fin de presentar el proyecto de ley sobre los pagos compensatorios. A esta reunión han asistido el comisario estadounidense para asuntos del holocausto, Stuart Eizenstat, así como los representantes de las víctimas procedentes de los países del centro y del este de Europa. La mayor preocupación de los austriacos es lograr que el pago de las indemnizaciones ponga punto final a las reclamaciones de los obreros forzosos.

Las empresas que los emplearon -que tienen que hacerse cargo de una parte de las indemnizaciones- quieren lo que llaman "paz jurídica". Si bien Schaumayer ha conseguido rubricar tratados con los países europeos en los que se establece una renuncia a posteriores reclamaciones, el vicesecretario de Hacienda norteamericano, Stuart Eizen-stat, declaró que, antes de que el Gobierno de Estados Unidos asuma semejante garantía, sería nece-sario que los abogados norteamericanos retiraran sus demandas y que el Ejecutivo austriaco iniciara un nuevo proceso para indemnizar a los judíos expropiados durante la dominación nazi.

En este sentido, existe una gigantesca demanda global del abogado Ed Fagan, que exige del Estado austriaco una indemnización de 3.120 millardos de pesetas (18 millardos de dólares). Además, el vicesecretario de Hacienda estadounidense, Stuart Eizenstat, dijo en Viena que su Gobierno espera que Austria emprenda una acción semejante para indemnizar los bienes expropiados en la época nazi.

La responsable austriaca Maria Schaumayer recordó que, después de la guerra, Austria promulgó siete leyes sobre restitución y cree que "hoy día deben quedar muy pocas reclamaciones abiertas". Pero el Congreso Mundial Judío no es de este parecer y aduce como argumento el protocolo de una sesión del consejo de ministros de la posguerra, en la que un ministro socialista declaró que "vamos a dar largas al asunto de las restituciones".

Para hoy miércoles, la comisaria austriaca Schaumayer, el vicesecretario de Hacienda norteamericano, Stuart Eizenstat, y el canciller austriaco, Wolfgang Schüssel, han convocado una rueda de prensa en la que anunciarán los resultados alcanzados en la conferencia sobre la reconciliación.

                                                                                              RICARDO ESTARRIOL. La Vanguardia 17/05/2000


Austria pagará a sus "obreros forzados" del nazismo según un proyecto que sólo beneficia a los países del Este

Para el martes próximo la señora Maria Schaumayer, comisaria gubernamental austriaca para la indemnización de los obreros forzados durante el IIIReich, ha convocado una "conferencia de la reconciliación" a fin de sentar las bases de un fondo de reconciliación con el que el Estado austriaco va a indemnizar a los extranjeros que hicieron trabajos forzados en Austria.

A la conferencia sólo han sido invitados el subsecretario de Hacienda estadounidense, Stuart Eizenstat, y los representantes de los damnificados de cinco o seis países: tres de la antigua Unión Soviética (Rusia, Ucrania y Bielorrusia), Polonia, Hungría y Chequia. No asistirá ningún representante de los seis países afectados de Europa occidental (Francia, Italia, Grecia, Bélgica, Holanda y España), tampoco ninguno de los antiguos aliados del III Reich (Croacia, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania) ni de los demás estados surgidos de la ex Yugoslavia.

Según un estudio muy completo preparado por una comisión de historiadores, si Austria hubiera decidido indemnizar después de la guerra a los obreros forzados hubiera tenido que pagar a 757.000 personas. Ahora, el número estimado desciende a 199.100 personas. La oficina de Schaumayer, basándose en las listas de nombres que le han sido presentadas, asegura que la cifra real es de 150.000 o 160.000.

Pero todo es confuso. Austria asegura que se trata de "indemnizaciones voluntarias" basándose en el hecho de que en los años 50 y 60 Alemania asumió ya la indemnización de los internados en campos de concentración y de exterminio independientemente de su localización. Ahora Alemania promulgará una ley adicional para indemnizar los trabajos forzados llevados a cabo tanto por los internados en campos como por los calificados de "trabajadores forzados civiles", que fueron internados en otros lugares: su mayor número está constituido por los "ostarbeiter" (obreros del Este). De ellos, Alemania sólo indemnizará a los que trabajaron allí; quienes lo hicieron en Austria serán indemnizados por el Estado y la industria mitad y mitad, como en Alemania.

Las indemnizaciones serán el equivalente a 15.000 marcos alemanes (1.200.000 pesetas) para los "esclavos del trabajo" y 5.000 marcos para los demás (400.000 pesetas). Estas cantidades indican ya que se trata de indemnizaciones pensadas para países de renta baja en los cuales la suma resulta importante.

Austria ha previsto una clasificación de personas en calidad de "esclavos del trabajo", que es la categoría que la ley alemana prevé para los internados en campos de concentración y exterminio. Esto se debe a que hubo "obreros forzados civiles" que no estuvieron en campos de concentración pero a los que se les aplicó un régimen semejante en otros lugares. Uno de ellos es Strasshof. Tal fue el caso de 20.000 judíos húngaros deportados a Austria en 1944, de los que quedaron 16.000.

Austria insiste en que se trata de una indemnización "humanitaria y voluntaria". Según el tratado por el cual devolvieron en 1955 casi toda la soberanía al Estado austriaco, los aliados no exigieron reparaciones a Austria. Pero la supresión de la prescripción legal de derechos surgidos de la guerra se aplica sólo a la responsabilidad penal y a cuestiones civiles reguladas por las "leyes de restitución" de la posguerra, cuyos plazos han vencido. En otras palabras: un superviviente no puede ahora exigir a una empresa austriaca los salarios correspondientes al trabajo llevado a cabo por él en empresas austriacas entre 1939 y 1945.

Otro motivo de confusión es el empeño de la comisaria en no negociar con los estados no invitados a la conferencia. "Tampoco lo han hecho los alemanes", se le explica a este corresponsal en la oficina de la señora Schaumayer. Y también: "Sólo hemos negociado con los países que disponían de listas" o "hemos preferido negociar con los estados en los que hay instituciones gubernamentales que se dedican a ello".

La oficina de la comisaria afirma que los demás damnificados siempre podrán presentar sus demandas individualmente al Fondo, lo cual es a todas luces pura hipótesis. El número de supervivientes estimado asciende a 77.000: aun suponiendo que el número efectivo sea la mitad, es impensable exigir a unas 38.000 personas ancianas que vengan a Austria para reclamar 35.000 chelines, unas 400.000 pesetas. Además, todo indica que será el Fondo quien decidirá la "gravedad" del daño recibido y la cuantía de la indemnización. La suma total prevista asciende a seis millardos de chelines (72 millardos de pesetas).

                                                                                                    RICARDO ESTARRIOLLa Vanguardia 11/05/2000


HALINA SZPILMAN, VIUDA DEL PIANISTA POLACO WLADYSLAW SZPILMAN
“Mi esposo se culpaba por no haber muerto”

Tengo 73 años, nací en Radom (Polonia) y vivo en Varsovia. Me casé con Wladyslaw Szpilman en 1949: yo tenía 19 años, veinte menos que él. Tuvimos dos hijos, Krzysztof (53) y Andrzej (48), y dos nietos. Soy de centro y católica. Me ha emocionado ver “El pianista”, película de Polanski sobre vivencias de mi marido: él ha muerto sin poder verla...

 

-Mañana se estrena en España la película “El pianista”, sobre la vida de su marido.

–No deje de verla. ¡Toda la juventud europea debería ver esta película! Para descubrir la historia de Europa, para saber de qué podemos ser capaces, para conocernos mejor...

–¿Qué le pareció a su marido la película?

–Wladyslaw falleció en el verano del año 2000, justo cuando comenzaban a rodarla. Él, polaco, apreciaba que la dirigiera su compatriota Roman Polanski. Pero creo que le hubiera sido muy difícil ver esta película...

–¿Por qué?

–Hubiera sido demasiado doloroso para él rememorar aquellos días: tanto sufrimiento... La película refleja lo que él escribió en 1946, justo al acabar la guerra: sus vivencias. Pero su libro fue retirado por los comunistas. En 1999, nuestro hijo Andrzej lo encontró en un cajón y quiso publicarlo. Mi marido se resistió... Pero finalmente cedió.

–Su marido, Wladyslaw Szpilman, era músico, compositor, concertista de piano...

–Sí, y lo era ya cuando los nazis invadieron Polonia en 1939. Tenía 27 años. Tocaba el “Nocturno en do menor sostenido” de Chopin en la radio estatal polaca cuando la Luftwaffe bombardeó y arrasó la emisora.

–¿Qué fue lo más doloroso que él vivió?

–Por ser judíos, él y su familia fueron confinados en el gueto de Varsovia. Y un día de agosto de 1942, su padre, su madre y sus tres hermanos (Henryk, Halina y Regina) subieron a un vagón de tren. Cuando el tren partió, oyó a un militar alemán que decía, satisfecho: “¡Ahí van, a fundirse!”. No volvió a verlos. Fueron gaseados en Treblinka...

–¿Por qué se salvó él?

–Cuando estaba subiendo al vagón junto a su familia (y a otros miles de judíos), ¡alguien le agarró del cuello y tiró hacia atrás de él!

–¿Quién?

–¡Nunca lo supo! Seguramente fue uno de los policías judíos que había allí, que le reconoció, porque Wladyslaw había tocado el piano en uno de los cafés más frecuentados del gueto. Algún policía melómano, quizá...

–¿Policías judíos?

–Sí: en el gueto actuaba un cuerpo de policía formado por judíos, y cada agente de policía estaba obligado a entregar cada día a cinco judíos a los nazis, para ser “reasentados”.

–¿“Reasentados”?

–Enviados a algún campo nazi. Y si no cubría esa cuota, el policía era “reasentado”.

–¿Cuántos judíos del gueto de Varsovia fueron exterminados?

–Todos: ¡medio millón de judíos! Sobrevivieron veinte: uno, Wladyslaw. Y el gueto fue aplanado: no quedó piedra sobre piedra.

–Debió de ser horrible la vida allí...

–Encerrados en el gueto de Varsovia, morían de hambre, de frío, de tifus. Los niños se deslizaban afuera por agujeros en el muro, en busca de comida. Un día, un niño que volvía quedó atorado en un agujero. Mi marido lo vio y tiró de él, pero un soldado alemán, por fuera, le daba culatazos. Cuando Wladyslaw le arrancó de allí, el niño tenía la columna vertebral rota y murió en sus brazos.

–¿De qué vivía Szpilman en el gueto?

–Al principio, tocó el piano en un café. Un café propiedad de un potentado judío que especulaba con víveres de contrabando, conchabado con la Gestapo, cuyos oficiales se divertían allí con furcias y mala música. Mientras, en la calle, los judíos morían de miseria, tiroteados... “Perdí dos ilusiones en ese café –escribió Wladyslaw en su libro–: mi fe en la musicalidad y en la solidaridad de los judíos.” Cada noche regresaba a su casa sorteando los cadáveres tirados por las calles...

–¿Cuándo conoció usted a su marido?

–En 1949, cuatro años después del final de la guerra. Yo tenía 19 años y estaba de vacaciones con mi padre en un balneario.

Él me vio, y decidió que yo sería su esposa.

–¿Qué le enamoró a usted de ese hombre?

–Su determinación, su elegancia, su sensibilidad. Era un respetable músico de 39 años, veinte años mayor que yo. Y sin nadie en el mundo: me relató su trágica historia...

–En sus 50 años de matrimonio, ¿le hablaba él con frecuencia de lo vivido en la guerra?

–No. Pero en los últimos años de su vida empezó a tener pesadillas... Se despertaba llorando, culpándose de no haber muerto junto a sus padres, junto a sus tres hermanos... Wladyslaw se culpaba por haber sobrevivido.

–Los únicos culpables fueron aquellos militares nazis, aquellos policías judíos...

–¡Sí! Mi marido se alteraba cuando, después de la guerra, veía por Varsovia a algunos de aquellos policías judíos cómodamente reinstalados en altos cargos gubernamentales de la Polonia comunista...

–Qué frágil y miserable es el ser humano...

–Miserable..., y, también, ¡qué grande! Como el capitán alemán Wilm Hosenfeld.

–¿Un militar nazi?

–Sí. Cuando Wladyslaw se quedó sin familia, trabajó como albañil en una brigada que, explotada por las SS, salía del gueto. Escapó. Algunos polacos le ocultaron, pero cuando ya nadie quiso hacerlo –¡proteger a un judío se penaba con la muerte!– se escondió entre las ruinas de Varsovia. Estaba a punto de morir cuando le descubrió un oficial nazi...

–¿Qué hizo el nazi?

–Le preguntó quién era. “Szpilman, pianista de la radio polaca”, explicó Wladyslaw, que pensó que aquél era su fin. Pero no: el alemán le dio comida, abrigo y un escondrijo. Así sobrevivió hasta la caída de los nazis.

–Un ángel, ese Wilm Hosenfeld...

–Sí, pero Wladyslaw no sabía su nombre, no supo localizarle luego. Prisionero de los soviéticos en un campo de concentración ruso, fue torturado y allí murió, loco.

                                                                                     VÍCTOR-M. AMELA LA VANGUARDIA - 12/12/2002

La vida cotidiana en la Alemania nazi



La rutina del horror en los diarios de Victor Klemperer

Entre 1933 y 1945, Victor Klemperer, judío alemán de religión protestante, catedrático de filología románica en la Escuela Superior Técnica (ETH) de Dresde y autor de reputadas obras sobre literatura francesa e italiana, realizó su viaje personal al infierno. En estos años fue expulsado de su puesto y perseguido, recluido en un gueto y obligado a trabajar como obrero mientras la dolencia cardiaca que padecía se agravaba. En 1945 sobrevivió al bombardeo de Dresde, que con el caos que generó le dio la posibilidad de huir. Los padecimientos compartidos con muchos compatriotas suyos están recogidos en un diario de lectura imprescindible para cualquiera que pretenda conocer la vida cotidiana en la Alemania nazi, un libro que junto a sus dotes de observador minucioso nos revela todo su amor por la exactitud y la eficacia de la gran literatura. Este diario fue publicado en 1995, treinta y cinco años después de su muerte, tras una delicada labor de transcripción por parte de su segunda esposa, Hadwig Klemperer. Una traducción española debida a Carmen Gauger y profusamente anotada (Galaxia Gutenberg) vio la luz en 2003.

Hijo de un rabino procedente del gueto de Praga y emparentado con el director de orquesta Otto Klemperer, Victor Klemperer nació en 1881 y tras estudios en diversas universidades y un doctorado en Múnich bajo la dirección de Karl Vossler, combatió como voluntario en la Gran Guerra, consiguiendo después una cátedra en la ETH de Dresde. En 1906 contrajo matrimonio con la pianista Eva Schlemmer, que fallecería en 1951. La edición publicada de su diario, que de todas formas no contiene todo el texto original, es una extensa obra de casi dos mil páginas y arranca el 14 de enero de 1933, pocos meses antes del ascenso de Hitler al poder. Su frase inicial nos acerca a los vanos desvelos académicos que llenaban la vida de Victor en esos días: “Elección del rector: después de muchas intrigas fue elegido Reuther por segunda vez, Gehrig quedó eliminado. Ha sido un asunto sucio, una maniobra contra nuestro departamento.” La para él inesperada victoria de Hitler en las elecciones del 5 de marzo le sume en la desesperación. Apuntan los primeros síntomas de una persecución que progresivamente se irá haciendo implacable: “El poder, un inmenso poder, está en manos de los nacionalsocialistas: medio millón de hombres armados, todos los cargos y recursos públicos, la prensa y la radio, la opinión de las masas enajenadas. No veo de donde podría venir la salvación.” El 12 de abril escribe: “El Ministerio de Instrucción pública español le ha ofrecido a Einstein una cátedra en una universidad española, él ha aceptado. Éste es el chiste más memorable de la historia universal. Alemania establece la limpieza de sangre, España ofrece una cátedra al judío alemán.” El 9 de octubre de ese mismo año enumera sus deseos de cumpleaños: “Ver a Eva otra vez con salud, en su casa propia, sentada ante su armonio. No tener que temblar cada mañana y cada noche por miedo a sus ataques de llanto. –Vivir el final de la tiranía y su caída sangrienta.- Ver mi Siglo XVIII terminado e impreso. –No tener dolores de costado, no pensar en la muerte. No creo que se cumplan ni uno solo de esos deseos.”

En esta época, Klemperer observa críticamente el nacionalismo sionista que ve surgir a su alrededor: “Walter Jeski se ha marchado a Palestina (…) Yo no puedo evitarlo, pero simpatizo con los árabes de allá, a los que se les “compra” la tierra. La misma suerte de los indios de América (dice Eva).” En otro punto enfatiza: “Para mí los sionistas, que quieren empalmar directamente con el estado judío del año 70 d. C. (destrucción de Jerusalén por Tito), son igual de repugnantes que los nazis.” Al mismo tiempo empieza a consignar las anotaciones sobre la lengua del Tercer Reich que le servirían posteriormente para su Lingua Tertii Imperii, el más preciso estudio existente sobre la utilización del lenguaje por el totalitarismo nazi (hay versión castellana publicada por Minúscula en 2002). En el diario, toda la vida de Klemperer va desfilando ante nosotros: detalles de amistades y reuniones familiares, el lento avance de sus trabajos sobre literatura, rutinas domésticas y alimento de mascotas, burocracia académica… En 1934 la situación parece estabilizada y los Klemperer, tras conseguir una hipoteca afrontan la construcción de una casa en Dölzschen, en las cercanías de Dresde, a donde se mudan el 6 de octubre de ese año. Después sus condiciones empeoran, su sueldo es reducido y el 1 de mayo de 1935 es retirado de la cátedra. Su búsqueda desesperada de un profesorado en el extranjero es difícil, paradójicamente, “por ser un filólogo de lenguas modernas que no habla idiomas. Mi francés está completamente oxidado, tengo miedo de escribir y de hablar aunque sólo sea una frase. Mi italiano nunca fue gran cosa. Y mucho menos mi español. No sé nada útil.” En una huida hacia delante, sin embargo, asiste a clases de conducir y pasa el examen: “Volvimos a la Kulmstrasse, frené correctamente, también salí bien librado de la última parada en una calle en cuesta ayudándome con el freno de mano. “Una exhibición no ha sido, pero le doy el carnet.” Estaba tan hecho polvo que no pude ni alegrarme.” En 1936 recibe alguna ayuda de su hermano Georg, famoso médico establecido en Estados Unidos y entre cuyos pacientes estuvo Lenin, y sigue las noticias que llegan de España: “Tengo ahora realmente la impresión de que la guerra es inevitable; cada día nos la acerca un poco más, el asunto español no podrá quedar limitado a España, seguimos las noticias con desesperado interés y las comentamos después horas y horas.”

En 1940, tras el comienzo de la guerra, Eva y él son obligados a mudarse a una Judenhaus (gueto para judíos). El 6 de junio señala: “Estrechez, promiscuidad, caos apenas despejado, fregar continuamente y en condiciones dificilísimas por la estrechez (..) A la vez, enormes victorias de Alemania y un lenguaje de triunfalismo demente.” En 1941 cumple varios días de arresto por haber dejado por descuido una ventana iluminada durante la noche. A partir de septiembre de ese año un edicto de la policía establece que todos los judíos y judías de Alemania desde los seis años deben llevar cosida como distintivo una estrella de seis puntas de color amarillo en el lado izquierdo del vestido. En enero de 1942, el matrimonio con una mujer no judía le permite librarse de ir a un campo de concentración, aunque no sabe por cuanto tiempo. Se viven escenas patéticas con los deportados y sus familiares. El 6 de marzo llega la prohibición de viajar en tranvía “debido a la reiterada falta de disciplina de los judíos en el tranvía”. A partir del 15 de abril “todas sus casas estarán marcadas por fuera con una estrella judía”. La persecución tiene también anécdotas grotescas, y el 26 de abril se ordena que los judíos entreguen “maquinillas de cortar el pelo, tijeras de peluquería, peines en buen uso”. Klemperer anota: “Los peines son un consuelo, revelan extrema escasez. Esta gente no retrocede ante ninguna mezquindad”. Y después: “Poco a poco, ya es norma fija: al día siguiente de un registro domiciliario, suicidios (…) Al matrimonio Feuerstein, de la Altenzellerstrasse, los habían desvalijado, después fueron citados en la Gestapo, y allí apaleados y pisoteados; por la noche encontraron a la pareja muerta en la cocina donde seguía escapándose el gas.” Los casos se repiten día tras día.

En esta época, la leve dolencia cardiaca que sufre desde hace años manifiesta ya síntomas de angina de pecho que se suman a sus preocupaciones. El 8 de mayo, el excombatiente consigna: “La guerra anterior fue una cosa tan decente…”. El 23 de mayo, estando él ausente, la casa es registrada y Eva insultada, abofeteada y escupida. Roban comida, sobres, tarjetas de visita, medicinas… Nada grave, y lleno de optimismo comenta: “Qué suerte que nuestra aspiradora esté arreglada y funcionando. –Así que, en conjunto, hemos salido esta vez relativamente bien librados y nos hemos jurado otra vez mutuamente no perder los nervios. Pero qué inconcebible ignominia para Alemania.” Algunas hojas manuscritas de su diario que aún no habían sido enviadas a su escondite en casa de una amiga de Eva afortunadamente no fueron halladas. Aunque en manos de la policía podrían haber significado la muerte de muchas personas, decide seguir escribiendo: “Ésa es mi heroicidad. ¡Quiero dar testimonio, y testimonio exacto!” En breve su sentido del humor aflora de nuevo, y analizando la lengua del III Reich dice: “Esa pobreza de insultos, ese pequeño registro, cualquier español lo supera con creces”. El 23 de junio anota: “Estudio los escritos sionistas de Herzl. La más asombrosa afinidad con el hitlerismo. Solamente, Herzl evita dar una definición de la sangre. Para él, la nación es “un grupo histórico, reconocible por su coherencia y con un enemigo común”. (Una definición bien inconsistente.)” Y poco después “Son los mismos razonamientos, a veces casi con las mismas palabras, es el fanatismo de Hitler.”

Al comienzo de 1943, tras la debacle rusa nace la esperanza de un final para la guerra y la tiranía. A partir de aquí una vaga luz apunta a veces al final del túnel, mientras la radio da noticias de un organizado repliegue ante las “hordas rusas”. Las patatas son la base de su alimentación: “Engullir patatas tres veces al día, pelar patatas, ir a la caza de patatas y acarrear patatas”. A partir de abril es obligado a trabajar con otros judíos en una empresa dedicada a pesar y empaquetar té. El 5 de mayo escribe: “En la fábrica dicen: Comoquiera que sea el final de la guerra, los judíos nunca volverán a vivir en paz aquí, el antisemitismo ha calado demasiado hondo. Yo: el antisemitismo se ha excedido, se ha desenmascarado. Habrá perdido su vigencia.” Las relaciones con la población son agridulces. A veces hay niños que le insultan en la calle, otra vez “un obrero ya mayor -en la medida en que pude distinguirlo a la luz del crepúsculo- va en bicicleta detrás de mí, pasa muy pegado a mí y dice con voz bondadosa, paternal: “Ya cambiarán las cosas, ¿verdad, camarada?... Ojalá que sea muy pronto”: acto continuo, retrocede haciendo una curva con la bici.” El 11 de julio consigna: “Ahora hay muchas ejecuciones con la guillotina en la Münchner Platz, porque últimamente los soldados alemanes amotinados ya no mueren fusilados –el piquete de ejecución parece que no guardaba el secreto-, sino guillotinados.”

Los bombardeos que asolan otras ciudades alemanas respetan Dresde y se hacen bromas al respecto; tal vez una tía de Churchill está enterrada allí. Son mudados a diversas Judenhäuser, y de la tercera señala: “Lo peor de aquí, la promiscuidad. Al recibidor dan las puertas de tres familias (…). Cuarto de baño y retrete en común.” El 1 de noviembre pasa a trabajar como “peón” en una empresa de cartonajes. A veces breves anotaciones en el diario insinúan historias terribles. A la esquela reproducida de un periódico, dando cuenta de la muerte de un soldado “súbita e inesperadamente a la hermosa edad de veinticuatro años”, añade esta aclaración: “Su madre, divorciada del padre, era judía y fue detenida hace poco. (…) El hijo fue a la Jefatura de Policía diciendo que era comisario de la Gestapo, que quería hablar con la detenida y llevar a no sé qué sitio. Y en efecto, salió con ella hasta la puerta de la Jefatura de Policía. (…) Allí se dio de manos a boca con un funcionario de la Gestapo que lo conocía. La madre está ahora en Theresienstadt, el hijo se ha ahorcado en la celda.” Mientras en la fábrica le increpan con los peores modos por su torpeza, lee apesadumbrado como un mediocre colega, “la más perfecta nulidad entre los romanistas de mi generación, un maestro de escuela sin la menor idea propia”, ha sido nombrado catedrático en Berlín. Pero su sentido del humor no decae, y cuando en los matrimonios mixtos como el suyo, la muerte del cónyuge no judío lleva aparejada la deportación del superviviente a un campo de concentración, anota: “Yo llamo a esto la quema nacionalsocialista de viudos. (¡Reanudación de la tradición indoárabe!)” La radio da noticias de ataques “terroristas” de los partisanos en Francia.

A los problemas cardiacos se les suma un grave trastorno en un ojo, y el 24 de junio queda exento de servicio por enfermedad. El 7 de julio hay alarma aérea: “Ya todos estamos completamente convencidos de que a Dresde la dejarán intacta, y bajar al sótano nos parece una molestia penosa e innecesaria”. El atentado contra Hitler es reseñado con un comentario irónico: “toda Alemania llora junto al féretro vacío de Hitler” y también: “La mujer de Simon dice que Hitler no debe morir, que habría que ganar dinero con él llevándole por el mundo metido en una jaula. Entrada, un dólar, escupirle, dos, pegarle un bofetón, tres.” Mientras tanto, del frente llegan ominosas noticias de atrocidades con los judíos durante el repliegue alemán.

La parte del diario que describe la destrucción de Dresde el 13 de febrero de 1945 es quizás la parte culminante del relato, el punto donde los círculos infernales se cierran en una noche loca de sangre y azufre. Doce páginas de apretada escritura nos acercan al horror. Al salir del refugio: “Fuera la luz era como en pleno día. En la Pirnaischer Platz, en la Marschallstrasse y en la zona del Elba, en las orillas y por encima, las llamas lo envolvían todo. El suelo estaba cubierto de trozos de vidrio. Soplaba un terrible viento huracanado. ¿Natural o producido por el fuego? Probablemente ambas cosas.” Pierde a Eva en el tumulto y después la encuentra. “De muchas casas de la calle de arriba seguían saliendo llamas. De vez en cuando había cadáveres, pequeños, como un hatijo de ropa, diseminados por el camino. Uno tenía arrancada la tapa del cráneo, la cabeza era por arriba un cáliz rojo oscuro. Una vez había un brazo con una mano pálida, no exenta de belleza, como las piezas de cera que se ven en los escaparates de las peluquerías (…) Entre los cadáveres y los escombros de coches, pasaban siempre masas de gente, Elba abajo o Elba arriba, un desfile excitado y silencioso”. Son llevados a Klotzsche, una base de la Luftwaffe, y allí decide quitarse la estrella, lo que con el caos imperante parece la decisión más prudente. Después Eva y él huyen buscando refugio en domicilios de conocidos, recorriendo diversas localidades hasta llegar a Múnich, donde Victor visita a su director de tesis: “Los Vossler siguen teniendo criada (…); nos pusieron sopa, un gran filete, como en tiempos de paz, con espinacas frescas y patatas fritas, un pudding.” Repasan el destino de colegas y amigos: demasiados muertos. Luego añade: “Los Vossler, sin embargo no pudieron encontrar solución al problema del alojamiento.” Después peregrinan por Baviera en busca de cobijo, en una zona ocupada por soldados jovencísimos de la Juventudes Hitlerianas. El 29 de abril en un paseo por un bosque encuentran a tres de éstos huyendo de los americanos que acaban de ocupar un pueblo próximo: “Esos soldados, encogidos y desamparados, eran como una alegoría de la guerra perdida. Y por muy vehementemente que hayamos deseado que se pierda la guerra y por muy necesaria que haya sido esa pérdida para Alemania (y, en verdad, para toda la humanidad), esos chicos nos dieron lástima.” Pocos días después ve por primera vez a los soldados americanos.

La nueva situación invierte las tornas, y en la aldea, los protectores se convierten en protegidos del Herr Professor, que ya sólo piensa en regresar a su hogar en Dölzschen. Sin embargo el viaje será largo. El 13 de mayo consigna: “Ayer vimos por primera vez desde el 1 de septiembre de 1939, desde hace casi seis años, ventanas iluminadas. Pocas ventanas, y sin embargo el pueblo en seguida parecía otro. Me causó gran impresión.” Después describe Múnich en ruinas en manos de los americanos: “Van en sus coches, indolentes y a toda velocidad, y los alemanes van humildemente a pie, ellos escupen por todas partes la masa de colillas y los alemanes las recogen (…) Me parece una crueldad cómo circulan los vencedores y vengadores por una ciudad que ellos han convertido en un infierno.” El 7 de junio entran en la zona ocupada por los rusos y al atardecer del 9 de junio llegan a Dölzschen, con lo que concluye el libro. Después de la guerra, Victor Klemperer pasa a ser una personalidad importante de la República Democrática Alemana, profesor en las universidades de Greifswald, Halle y Berlín y delegado del Kulturbund en el parlamento, publicando diversas obras, entre ellas la Lingua tertii Imperii (1947) antes mencionada, y la monumental Historia de la literatura francesa del siglo XVIII (en dos volúmenes, 1954 y 1966). Sus diarios han ido apareciendo tras su fallecimiento en 1960.

El carácter de Victor Klemperer desentonaba demasiado con el tiempo desquiciado que le tocó vivir. La Gestapo lo tenía fácil con aquel hombre sensato con una predisposición natural a la conversación amable y a disfrutar lo más selecto de la literatura y el arte que el diario nos permite adivinar. Su prosa incorpora muchas veces locuciones en latín, francés, griego, italiano, inglés… ¿Un pedante? Pensamos más bien en una mente aguda y sensible que trata de contraponer a la brutalidad la muralla de la expresión sugestiva y la referencia culta. Ello le permite no perder nunca la calma, pues para cada tormento hay siempre una ironía salvadora, como auténtica consolatio philosophiae. Su capacidad de observación y el reto de no abandonar nunca, ni en los peores momentos, el placer de una escritura elegante nos hicieron ganar un documento que hoy resulta casi único.

Los diarios de Klemperer nos agobian a veces con su derroche de vida cotidiana y trivial, pero comprendemos que éste es el precio para que captemos la íntima realidad de aquel tiempo. Así, con sus amigos conocemos las formas de reaccionar frente a la barbarie, los que dudan y se convierten en canallas simplemente porque tienen miedo, los que se entregan a la fe ciega en el líder, que suplanta la razón, también los que resisten, aunque sea sólo tomando nota cuidadosa de todo. Los paisajes de la tienda y la calle son imprescindibles para respirar aquella atmósfera opresiva. Sus discusiones y comentarios, o las notas de lectura que incluye cada poco, traslucen su sensibilidad y ojo crítico, y también la agudeza y humanidad de una víctima de los nazis que fue capaz de ver ya entonces el carácter racista y genocida del proyecto sionista. El campo de observación de Victor Klemperer era muy limitado, pero a través de él percibimos el horror de unos años en los que la manipulación de las imágenes del mundo por parte del poder consiguió algunos hitos notables. Y la rueda sigue girando. Los infinitos detalles de la vida de un hombre pueden aburrirnos, pero sabemos que su enumeración es una herramienta para resolver el enigma de su tiempo.

                                                                                          Jesús Aller en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=77237


                                                                        BAJO LOS BOMBARDEOS



En agosto de 1944, mis padres, que entonces vivían en Darmstadt, se vieron obligados a abandonar su hogar a consecuencia de los bombardeos.
La casa fue alcanzada por las bombas y ellos, después de recuperar entre los escombros buena parte de sus cosas, fueron a refugiarse a casa de unos parientes.
Tenían la intención de trasladarse, el 11 de septiembre, a una pequeña ciudad del Odenwald, y yo me trasladé a Darmstadt desde Berlín dos días antes para ayudarles en el traslado.

Pero la mañana de este 11 de septiembre, el chófer de la furgoneta que debía llevarnos a Michelstadt, pretextando que estaba muy cansado nos dijo que no nos recogería hasta el día siguiente.
Ni él ni mis padres vieron este día siguiente. En el curso de la noche, después de un nuevo bombardeo, Darmstadt fue reducida a un montón de ruinas humeantes; el 80 % de la ciudad quedó completamente destruido y más de 15.000 personas perdieron la vida.

Veinte minutos antes de medianoche se oyó el silbido de las sirenas. Yo estaba en cama, pero aún dormía.
En Berlín me había habituado ya a estas alarmas nocturnas. Me vestí automáticamente, tomé la pequeña maleta que tenía siempre preparada y, en la oscuridad, intenté alcanzar la puerta a tientas; los gritos de mi madre me obligaron a moverme más aprisa.

No conocía bien la casa donde se hablan refugiado mis padres, pero me bastó con seguir las sombras apresuradas que se agolpaban en las oscuras escaleras. Alguien me empujó hacia un rincón del sótano en el espacio destinado a mi familia.
Estremecida por un temblor incontenible, fui a sentarme junto a ellos en un tosco banco de madera. lo habitación estaba débilmente iluminada y, toda ella, inmersa en la angustia silenciosa de aquellas gentes que hacían cualquier cosa para dominar su propio miedo.

La esperanza de que los bombarderos enemigos se limitaran a cruzar la zona donde nos encontrábamos para dirigirse a otro lugar se desvaneció pronto, y ya sólo nos quedó la espantosa certeza de que había llegado nuestro turno.
El zumbido de los aviones que se acercaban se convirtió pronto en un nido ensordecedor, y al mismo tiempo empezaron a oírse las explosiones de las primeras bombas al caer.
De pronto, nos quedamos a oscuras.

Cruzando los brazos sobre la cabeza, en un gesto instintivo de defensa, nos acurrucamos en la oscuridad y seguimos escuchando las explosiones.
Los bombarderos llegaban en oleadas; el ruido infernal de la destrucción se acercaba, luego parecía alejarse; se acercaba de nuevo... para volver a retirarse otra vez, pero sólo para volver, casi en seguida y más violento si cabe.

Por unos instantes, el latido convulso de nuestros corazones, nos impidió acusar ninguna otra sensación. Se produjo entonces una pausa algo más prolongada: por lo visto las explosiones se habían concentrado en los extremos de la ciudad y el zumbido de los motores se oía, ahora, como un rumor lejano.


En algunos lugares se encendían linternas de bolsillo, y los finos rayos de luz trazaban su huella luminosa a través de la niebla espesa y blanca que impregnaba el aire. Las explosiones más próximas habían sacudido la casa hasta el punto de resquebrajarla; los ladrillos se habían aplastado unos contra otros, y nubes de polvo blanco y seco salían de las hendiduras de las paredes; respirar era un verdadero tormento.

De pronto, vi a prima frente a mí; tenía el cabello revuelto y le cubría el rostro ensangrentado.
Mi prima era la dueña de la casa; había intentado salvar, en vano, a algunos vecinos y llevarlos a nuestro sótano, pero el camino estaba bloqueado por los escombros.
Nos dijo que sería imposible volver a las alcobas; las escaleras no sólo estaban bloqueadas por las paredes desplomadas, sino que, en parte, eran presa de las llamas.

Por lo tanto, la única manera de poder salir del sótano era pasar a través de una pequeña abertura, tapada con una plancha de hierro, que se hallaba exactamente bajo el techo y que únicamente se podía alcanzar con una escalera de mano.
A través de esta abertura se podía llegar a la calle; mas, por el momento, nos quedamos donde estábamos.

No podría precisar ahora cuántos segundos de relativa calma pasaron antes de que se produjera la nueva oleada de ataques; acaso nos quedaban tan sólo unos pocos minutos para luchar con la muerte.
En este breve intervalo hablé con mi madre por última vez.

La guerra había alterado su sistema nervioso y ahora se conducía como una niña presa de la desesperación. Empezó a gritar, rogando a uno de los soldados que nos ayudara; pero él se encontraba, a su vez, en las mismas condiciones que nosotros; entonces sus clamores, pidiendo ayuda, se dirigieron a Dios y, fuera por completo de sí, empezó a golpear las paredes de nuestra prisión buscando una salida.

Casi en seguida, una nueva oleada de ataques se desencadenó sobre nosotros; luego, apenas se alejó el inmediato peligro, dejé a mi madre en brazos de mi padre. Había visto como uno de los soldados trepaba por los rotos peldaños e intentaba abrir la plancha de hierro de la salida de seguridad; pero la cerró inmediatamente: una llamarada le había rechazado con violencia; entonces bajó de la escalera, diciendo: «Estamos perdidos».



Lo que ocurrió después fue una sucesión de actos irracionales.
Yo, por mi parte, estaba profundamente convencida de que íbamos a morir y me hallaba preparada para ello. Esta determinación, que ya tuve ocasión de experimentar en el curso de la guerra, en otros momentos de gran peligro, me inspiraba una calma profunda.

A la sazón era una convencida nazi: la guerra tenía para mí un objetivo y un significado precisos, y estaba dispuesta a aceptar todos los sacrificios que imponía.
Mas, pese a estar dispuesta a morir en aquel momento, fui, no se por qué, la única persona que logró huir del sótano, o mejor, la única que se salvó.

Abrí a mi vez la pequeña trampa y me hallé frente a un mar de fuego. La calle estaba cubierta de ruinas ardientes desprendidas del techo del edificio del frente.
Sin pensarlo demasiado, cubriéndome la cabeza y los hombros con una chaqueta empapada en agua, crucé velozmente la zona en llamas hasta llegar a una plaza donde se podía respirar mejor; sumergí mis zapatos casi quemados en un charco de agua y después volví atrás, hacia la trampa, que sólo podía abrirse desde dentro; la golpe con los pies y empecé a dar gritos, mas al poco rato me vi obligada a huir de nuevo hacia la plaza, pues de otro modo las llamas me hubieran sofocado y quemado allí mismo.

Inicié más tarde una última y desesperada tentativa para salvarlos; pero no me llegó del interior ningún signo de vida, y entonces mi naturaleza cedió al instinto primario: el instinto de salvarme dejando que los demás muriesen en su horrible prisión.
En los dos o tres minutos que siguieron con el escaso resto de energías que aún me quedaban, no hice sino correr, desesperadamente, intentando salvarme.

En aquella zona, todos los edificios eran presa de las llamas. Y sobre aquel mar de fuego se desató, además, en toda la ciudad una especie de ciclón ardiente.
Cada vez que una ráfaga de fuego alcanzaba a una persona fugitiva, en un instante reducía su cuerpo a las dimensiones de un niño pequeño; en los días sucesivos, los muertos yacían sobre las calles no quemados, sino como momificados.
Llegué al límite de aquel ciclón de fuego, pero pronto tuve que agarrarme a un árbol para evitar que una ráfaga de viento me arrojara contra una de las casas incendiadas.


Cuando logré recuperar parte de mis fuerzas, pedí a un hombre, que llevaba una cruz svástica en la manga, que me prestara la máscara antigás.
Quería volver atrás y hacer todo lo posible para salvar a los que todavía estuvieran con vida.
El se negó a dármela y entonces yo le grité: «¿Cómo es posible que usted permanezca aquí, parado, con su svástica, cuando en este momento hay millares de mujeres y niños que están muriendo? Vamos, dese prisa, venga conmigo a ayudarlos».

Mas él continuaba negándose; entonces, yo le arranqué del brazo el emblema del partido: me avergonzaba que aquel distintivo fuera llevado por un individuo tan vil.
Más tarde encontré a un grupo de soldados que se quejaban de sus propios oficiales. «Esta gente permanece a salvo en sus búnker, dando órdenes a diestro y siniestro, y dejando que nos abrasen». Pedí a estos hombres que me ayudaran implorando que me siguieran hasta la plaza donde estaba el depósito del agua.

Algunos soldados me siguieron; pero al llegar al depósito de agua, vi como sólo me seguía uno. Naturalmente, yo había recorrido ya aquella zona y sabía que era posible cruzarla, sintiéndome por esta razón más segura que los que se habían detenido.
En la plaza junto al depósito, la gente que había logrado escapar al incendio se hallaba en estado de shock; la mayor parte estaban en el suelo, sin sentido -¿acaso muertos?-, otros se habían metido en el agua.
El calor era insoportable y el oxígeno tan escaso que incluso el deseo de vivir quedaba sofocado.

Traté de despertar a aquellas gentes de su letargo, suplicándoles que se arriesgaran a emprender aquel último trecho de camino hacia la salvación que yo misma había recorrido dos veces: lentamente, algunos se pusieron de pie y se formó un pequeño grupo.
Luego, poco a poco, la furia del incendio se redujo.
Durante la noche hice de nuevo aquel recorrido varias veces, pasando al lado de los montones de escombros humeantes bajo los cuales se hallaban sepultados mis padres.

Me ayudó un muchacho de catorce o quince años, perteneciente a las Juventudes hitlerianas; disponía de una bicicleta que conseguía hacer avanzar apoyándola directamente sobre las llantas, pues tenía las gomas quemadas. Trasladábamos a las personas sin sentido hasta el pequeño jardín, donde las descargábamos para volver atrás y recoger otras, y poníamos en el sillón los que tenían los pies abrasados; a los niños los llevábamos a hombros.

Así continuamos trabajando en silencio hasta la mañana, sin detenernos ni un momento para reflexionar. Si por un solo instante nos hubiéramos detenido a pensar, la desesperación nos habría paralizado. Pero pertenecíamos a aquella generación que tuvo que aprender, rápidamente, a cumplir el propio deber sin hacer demasiadas preguntas.

                                          Melita Maschmann http://mundosgm.com/testimonios-graficos-y-escritos/relatos-de-guerra/15/


                                                                                     La barbarie nazi
SUPERVIVIENTE
Si alguien merece el apelativo de superviviente es Appelfeld, arrancado de un amoroso hogar y condenado a vagar huérfano en el fragor de una guerra. Judío errante, hoy es una gloria nacional en Israel por su obra literaria en hebreo, la lengua de su resurrección. Me asombra su fortaleza, pero él intenta hacerme entender que todo lo que iba sucediéndole era "la vida, lo normal, no había más, y yo lo tomaba tal como venía". En ´Historia de una vida´ (Península) relata que, a los siete años, vio a su abuelo enfermo mirar por la ventana y, pocas horas antes de morir, dijo algo que siempre resuena en su cabeza: "Lo importante es amar esta mañana". Appelfeld no ha dejado de hacerlo. Su pasado alimenta sus novelas -como ´Via férrea´ (Losada)-.


AHARON APPELFELD, EX DEPORTADO POR LOS NAZIS, HOY ESCRITOR HEBREO
"Sé demasiado del ser humano"

Tengo 73 años y nací en Chernovitz (Bucovina), que era Rumanía y hoy es Ucrania. Los nazis me dejaron huérfano, huí del campo de concentración a los 8 años y vagué por los bosques de Ucrania hasta que me recogió el Ejército Rojo. Desde 1946 vivo en Israel. Estoy casado, tengo tres hijos y dos nietas. Soy un liberal y no soy religioso

 

-¿Estuvo usted en un campo de concentración?
-Sí, en el de Transnistria (Ucrania). Vi morir a mucha gente. Pero yo no creía en la muerte...

-¿Qué quiere decir?

-Los nazis acababan de matar a mi madre... pero yo la sentía viva dentro de mí.

-¿Por qué la mataron?

-Cuando los nazis entraron en nuestra ciudad se dedicaron a recorrer las casas de los judíos, y los mataban o los deportaban.

-Y llegaron a su casa...

-Yo tenía ocho años, yo estaba allí. No vi cómo la mataban, pero sí oí su grito...

-¿Quién les delató a ustedes como judíos?

-Los vecinos lo sabían, y te delataban por una mezcla de antisemitismo y de miedo.

-¿Tenía usted conciencia de ser judío?

-No, pero me lo hicieron sentir: yo pude ir solamente un curso al colegio, y allí ya alguien me dijo lo de "asesino de Jesucristo"...

-Sí, se decía antes en las iglesias...

-Mis padres consideraban un anacronismo, una antigualla, lo de ser judío. Mis abuelos sí profesaban la fe judía y practicaban sus costumbres, ¡pero mis padres eran laicos!

-No se reclamaban judíos...

-No, ellos se consideraban sólo europeos de cultura alemana, sin más. La lengua materna, el alemán. La segunda, el ucraniano. Vivíamos en un entorno de gran refinamiento cultural. Viajábamos a Viena, a París...

-¿Eran ricos?

-Alta burguesía: mi padre tenía algunas industrias, y era muy educado y muy culto.

-¿No mataron los nazis a su padre?

-No estaba en casa en aquel momento. Llegó después: nos deportaron juntos, en tren.

-¿Qué recuerda de aquel viaje?

-Tras el tren, nos hicieron caminar durante semanas, en pleno invierno: recuerdo el frío, el barro, el ruido de látigos y disparos, y a la gente muriendo por aquel camino...

-¿Cómo sobrevivió usted?

-Recuerdo la mano de mi padre cogiéndome muy fuerte... Él me protegió, me salvó.

-¿Y qué pasó ya en el campo?

-Lo más terrorífico: me separaron de mi padre, a él lo enviaron a otro campo.

-¿Se quedó usted solo en el mundo?

-Sí, con ocho años. Y allí nadie estaba para ayudarte: la gente iba muriendo de hambre, de tifus, y yo veía cómo iban arrojando sus cuerpos a una gran fosa...

-¿Cómo les trataban los soldados?

-Si algo les irritaba, nos disparaban. Para no morir, decidí escapar: al cabo de un mes de estar allí, me escabullí por las alambradas.

-¿Huyó usted solo?

-Sí. Me interné en aquellos bosques. Dormía en el suelo, comía moras, manzanas... El día que topé con un árbol cuajado de manzanas rojas, del sobresalto di un paso atrás. Y aún hoy, al retroceder tropiezo y ¡se me aparece la visión de aquel manzano! El cuerpo tiene memoria propia. ¡Más que la mente!

-¿Cuánto tiempo vagó por el bosque?

-Muchos días... Si veía una aldea, llamaba a las puertas y pedía trabajo, pero la gente no quería problemas y nadie me acogía. Entonces sí pensé que ya iba a morir.

-Pobre niño... ¿Pensaba en sus padres?

-Eran mi tabla de salvación: siempre pensaba que estaba a punto de encontrármelos.

-Pero no.

-Un día llamé a una cabaña apartada y una mujer me acogió. Era la prostituta de la zona. Pactamos: la ayudaba en los trabajos de la casa, y ella me daba aposento y comida.

-Y... ¿la veía usted trabajar?

-Aquella cabaña tenía una sola pieza con una cortina: ¡aprendí mucha anatomía!

-¿Le trataba bien aquella mujer?

-Yo era como un animal doméstico. Si se enfurecía, me pegaba. Me fui: me uní a los hampones que vivían por allí.Amis 10 años, me usaban para meterme por las ventanas de las cuadras: yo, una vez dentro, les abría las puertas y así robábamos caballos.

-¿Fue usted un cuatrero feliz?

-Cuando tenía en la mano un trozo de pan o de salami, ¡saltaba de alegría!

-¿Cuándo acabó esa vida vagabunda?

-Un día de 1944 llegaron allí los soldados del Ejército Rojo. Yo tenía 12 años y me llevaron con ellos para hacerles de pinche de cocina. Cruzamos Europa hasta las costas del Adriático, entre tiros y bombas...

-Esos soldados tenían fama de bárbaros, de violar mujeres al entrar en las ciudades.

-Eran las cosas normales que pasaban en aquella guerra, en la que todo era barbarie...

-¿No le dejó secuelas tanto horror?

-Una: aprendí mucho, ¡demasiado! A veces siento que sé demasiado del ser humano.

-¿El sufrimiento es una escuela?

-Sí lo es, pero hubiese preferido otra.

-¿Cuál fue la clave de su fortaleza?

-Quizá todo el amor de mis padres hasta los ocho años. Atesoraba los paseos con mi madre por los prados verdes junto al río, sus abrazos, y la firme serenidad de mi padre...

-Por cierto: ¿qué fue de su padre?

-¡Nos reencontramos veinte años después, en Jerusalén! Yo tenía 28 años, pero él me reconoció. Yo a él no: ¡se había convertido en un viejo! Gocé de él otros veinte años.

-¿Qué hacía usted en Jerusalén?

-Al final de la guerra, en el Adriático, la brigada judía del ejército inglés ayudaba a judíos a ir a Palestina. Fui. Al llegar, viví en un kibbutz,aprendí hebreo... Gané un hogar.

-Fíjese: los nazis le hicieron judío...

-No lo siento así. Lo soy de corazón.

-¿Hacen hoy los israelíes con los palestinos lo que los nazis hicieron con los judíos?

-¡No se puede comparar! Quien diga eso no conoce ni una cosa ni la otra. Pero yo sí.

-¿Qué haría con los asesinos de su madre?

-Ufff... Que se los lleve el diablo.

                                                                                          VÍCTOR-M. AMELA -La Vanguardia 17/05/2005

 

MARIANO CONSTANTE, SUPERVIVIENTE DEL CAMPO DE MAUTHAUSEN


"Sobreviví a Hitler... y Stalin quiso matarme"
Tengo 85 años. Nací en el Pirineo de Huesca y vivo en Montpellier. Fui pastor durante la Guerra Civil, y luego teniente del ejército de la República. Pasé a Francia... y acabé en Mauthausen, donde sobreviví cinco años. Estoy casado y tengo dos hijos y cuatro nietos. ¡Soy un republicano español! Carrillo me debe una asamblea desde 1945...



- ¿Es usted comunista?

- No. Soy un soldado republicano español. Fui del Partido Comunista de Mauthausen, ¡eso sí!

- ¿Existió ese partido?

- Sí, y ahí dentro logramos organizarnos como resistencia clandestina contra los SS.

- ¿En qué consistía esa resistencia?

- Les robábamos material, nos asistíamos entre nosotros para sobrevivir, espiábamos lo que decían los SS para conocer sus planes, nos preparábamos para liberar el campo...

- ¿Sí? ¿No suena eso un poco pretencioso?

- ¡Pues lo hicimos! Los SS huyeron cuando se acercaban los americanos, y nosotros tomamos las armas y el campo. Cuando llegó el primer jeep americano, ¡pudieron leer una pancarta en castellano escrita por mí mismo!

- ¿Qué decía esa pancarta?

- "Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras". Pero era sólo un jeep perdido: el grueso de sus tropas estaba todavía a 40 kilómetros ¡y los del jeep se largaron!

- ¿Y los dejaron solos en el campo?

- Sí, y las tropas nazis intentaron recuperarlo: ¡tuvimos que combatirlos! Los españoles, que habíamos sido los primeros en combatir a los nazis..., ¡fuimos los últimos!

- Hasta que, por fin, llegaron los ejércitos americano y soviético.

- Sí. Me metí detrás de un barracón y lloré. Yo llevaba ya cinco años en Mauthausen... ¡Acababan nueve años de brega, desde julio de 1936 hasta aquel 13 de mayo de 1945!

- ¿Qué edad tenía usted en julio de 1936?

- Tenía 16 años. Y salí de Mauthausen con 25 años... Jamás sabré lo que es ser joven. Jamás había estado con una mujer desnuda... Lloré por mí y por tantos amigos muertos que ya no podían vivir aquel día conmigo...

- ¿Qué pasó después?

- Los españoles pedíamos ser repatriados a Francia, pero ni los americanos lo autorizaban ni los soviéticos nos ayudaban...

- ¿Por qué?

- ¡Descubrí que todos nos tenían miedo! Éramos rojos españoles y supervivientes de Mauthausen: ¡nos veían como a irreductibles revolucionarios, gente muy peligrosa!

- ¿Stalin también temía a los rojos españoles supervivientes de Mauthausen?

- "En la URSS no pintáis nada: ¡volveos a España!", me soltó un general ruso...

- ¿A la España de Franco? Qué canalla...

- Habíamos luchado por la fraternidad entre todos los hombres..., y sólo recibíamos desprecios de todos. Y lo peor vino después.

- ¿Qué pasó?

- Que al fin regresamos a Francia, y seis supervivientes del Partido Comunista de Mauthausen nos reunimos en Toulouse con el PCE para informarles de nuestro trabajo..., y allí nos dijeron en la cara: "¡En una democracia popular os fusilaríamos a los seis!".

- Pero... ¿de qué les acusaban los suyos?

- "Si habéis salido vivos de Mauthausen será porque habéis liquidado a otros para sobrevivir vosotros", me soltaron. Era la mentalidad de Stalin, que liquidó a compañeros míos de Mauthausen que fueron a la URSS.

- Cuánto criminal suelto en el siglo XX...

- Ya ve, sobreviví a Hitler... para que Stalin quisiera matarme. ¡Sin contar las seis penas de muerte que me esperaban en España!

- ¿Cómo acabó aquello con sus camaradas?

- Nos veían como enemigos, como espías nazis: no podían creer lo que habíamos sido capaces de organizar en Mauthausen... Pedí una asamblea en la que poder explicarlo.

- ¿Y pudo convencerlos?

- Carrillo, que mandaba en el PCE, jamás convocó esa asamblea. ¡Sigo esperándola!

- ¿Qué le diría hoy a Carrillo si le viera?

- "Y la reunión, ¿cuándo la tenemos?"

- ¿Se arrepiente de algo de lo que hizo?

- No. Actué siempre según mis principios.

- Por ejemplo...

- A los 16 años crucé las líneas para estar en el bando republicano. Era pastor, y llegué a teniente. Batallé en la Bolsa de Bielsa...

- ¿Cómo acabó la Guerra Civil para usted?

- Pasé a Francia, al campo de Septfonds, y de allí a un campo de trabajo en Alsacia, para cavar inútiles zanjas: ¡pedíamos armas para combatir a los nazis, y nos las negaban...! ¡Francia se entregó a Hitler! Y los nazis nos apresaron y enviaron a Mauthausen.

- ¿Qué fue lo peor de Mauthausen?

- ¡Todo! En Mauthausen metían a los enemigos irrecuperables del Tercer Reich para ir exterminándolos. Cada día vi cómo mataban a alguien: vi a hombres vivos despedazados por perros, o empujados a las alambradas eléctricas, y palizas, cremaciones..., y hasta cadáveres viviseccionados. Y sabíamos que experimentaban con judíos, que había inyecciones de gasolina en el corazón...

- ¿Y cómo sobrevive uno a ese horror?

- Apoyándonos entre nosotros ante los SS. ¡Y como aragonés y republicano español, no estaba dispuesto a dar mi brazo a torcer!

- ¿Pensó alguna vez en suicidarse?

- Sí... Lo confieso. Un día trajeron a unos judíos sefardíes y los ametrallaron ante nosotros. Me hundí, no pude más, decidí lanzarme contra las alambradas y electrocutarme...

- ¿Qué le apartó de aquella decisión?

- Al contárselo a Ángel, un amigo libertario, me dijo: "¡No tienes derecho a eso! Tienes 20 años y la obligación de luchar. Podremos salir de aquí y contarlo. Si te matas, demuestras tu cobardía...". ¡Fue un latigazo!

- ¿Mereció la pena tanto sufrimiento?

- Las fotos y documentos que birlé del campo fueron pruebas para juzgar a los SS...

- ¿Qué otra vida hubiese deseado vivir?

- Por fidelidad a mis ideas y para honrar la memoria de mis amigos caídos..., ¡empezaría donde empecé, y seguiría el mismo camino! Estoy satisfecho de haber cumplido siempre con mi deber: ¡jamás me doblegué!

                                                                                                                VÍCTOR-M. AMELA - 30/11/2005


Alemania, entre la derrota y la liberación


El ex presidente Weizsäcker, soldado alemán en 1944, recuerda el día D y la caída del nazismo
Weizsäcker: “No creo que sea una celebración conjunta; recordarán juntos cada uno a su manera”              
“Fue una etapa decisiva hacia la derrota de Hitler. Y el 8 de mayo de 1945 fue el día de la liberación”              

Berlín. – Cuando los aliados desembarcaron en Normandía, hoy hace sesenta años, Richard von Weizsäcker era un teniente de 24 años destinado al frente oriental, en la actual Ucrania. Las noticias llegaban con cuentagotas. “Del llamado día D nos enteramos poco –explicaba hace unos días a un grupo de corresponsales en Berlín–. Fue una etapa decisiva hacia la derrota de Hitler y su tiranía, yo no diría que fue el principio del final. Pero el 8 de mayo de 1945 fue el día de la liberación.”

Si ahora en Alemania existe un consenso general para interpretar la derrota III Reich al final de la Segunda Guerra Mundial como una liberación del nazismo se debe en gran parte a este aristócrata de la política alemana: Richard von Weizsäcker, hijo de un alto diplomático alemán que sirvió al nazismo, miembro de la Wehrmacht durante ocho años y después industrial, político democristiano, presidente federal entre 1984 y 1994 y patriota en el mejor sentido de la palabra.

En 8 de mayo de 1985, el día en que se cumplía medio siglo de la capitulación alemana, una derrota sin paliativos, Richard von Weizsäcker pronunció un polémico discurso que ha pasado a los libros de historia y del que se vendieron, en forma de libro, dos millones de ejemplares. “El 8 de mayo fue un día de liberación. Nos liberó a todos de la tiranía nacionalsocialista, un sistema que menospreciaba al ser humano”, afirmó entonces.

Consecuente con esta lectura de la historia, el socialdemócrata Gerhard Schröder será hoy el primer canciller alemán que acuda a la conmemoración del desembarco. Nadie en Alemania ha cuestionado que Schröder haya aceptado la invitación y que participe en la ceremonia con George W. Bush, Tony Blair y Jacques Chirac, entre otros.

Pero el “Bild Zeitung”, el más vendido de Europa e influyente creador de opinión, ha criticado que en el programa no esté previsto que deposite un ramo en el cementerio alemán de Normandía. “¿Acaso los alemanes caídos eran culpables de Hitler? Quien no sabe llorar los muertos de su propia nación, ¿cómo puede llorar de forma creíble los hijos de las otras naciones?”, se queja el historiador Michael Stürmer, cuya opinión recoge el diario sensacionalista. Para el escritor Ralph Giordano, “el debate demuestra que Alemania no ha superado su pasado”.

Aunque Richard von Weizsäcker cree la presencia del canciller en las playas normandas es oportuna, advierte que Alemania no celebrará ahí lo mismo que los otros países. “No creo que vaya a ser una celebración conjunta, sino que recordarán juntos, pero cada uno a su manera –dijo Richard von Weizsäcker, la voz severa y pesando sus palabras–. Si se convierte en una gran celebración, todo habrá sido un malentendido.”

La reflexión del ex presidente incide en el dilema que siguen viviendo muchos alemanes. Los aliados les liberaron y, además, el desembarco –como obsevaba en su último número el semanario “Der Spiegel”– evitó que el Ejército Rojo se hiciese con toda Alemania y, por tanto, hasta cierto punto también “liberó” de Stalin a la mitad occidental del país. Pero la palabra “liberación” tiene un significado distinto para los aliados que para los alemanes. Éstos, mayoritariamente, no querían ser liberados.

“El 6 de junio se recuerda de manera distinta según los países. Evidentemente no era lo mismo si en junio de 1944 estabas en un campo de concentración en Polonia o si estabas en Munich, por ejemplo, y pensabas en las palabras de Hitler prometiendo la victoria final”, afirma el ex presidente alemán.

No es extraño pues que, en opinión Weizsäcker, más que el 6 de junio 1944 la verdadera fecha de las celebraciones para los alemanes tenga que ser el 20 de julio de 1944. Ese día se cumplirán sesenta años del atentado frustrado contra Adolf Hitler. El ex presidente tenía vínculos con Claus Schenk von Stauffenberg y el grupo de militares que perpetró el atentado. Axel von dem Bussche, que estuvo a punto de llevar a cabo una acción suicida, era amigo íntimo suyo.

Pero éstos eran una excepción: “Los soldados –argumenta Weizsäcker– hacen lo que han hecho siempre los soldados de todos los ejércitos: obedecer órdenes. Puede que algunos pensaran que las órdenes eran inhumanas o ilegales, pero esto no era la norma”.

                                                                                      MARC BASSETS Corresponsal La Vanguardia 06/06/2004


El Pacto de No Agresión Germano-Soviético
Protocolos Adicionales Secretos


Al firmar el Pacto de No Agresión (...) las dos partes debatieron en conversaciones estrictamente confidenciales la cuestión de la frontera de sus respectivas zonas de influencia en la Europa oriental. Estas conversaciones llevaron a las siguientes conclusiones:
1. En el caso de una reorganización política y territorial en las áreas pertenecientes a los Estados Bálticos (Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania), la frontera norte de Lituania representará la frontera entre las zonas de influencia de Alemania y la U.R.S.S. (...)
2. (...) en las áreas pertenecientes al estado polaco, las zonas de influencia de Alemania y la U.R.S.S. estarán separadas aproximadamente por la línea de los ríos Narew, Vístula y San.
Moscú, 23 de Agosto de 1939
El Protocolo adicional secreto firmado el 23 de Agosto de 1939 será rectificado al efecto de que el territorio del estado lituano caiga en la zona de influencia de la U.R.S.S., mientras que, por otro lado, la provincia de Lublin y partes de la provincia de Varsovia caerán en la zona de influencia de Alemania (...)"

Moscú, 28 de Agosto de 1939
Von Ribbentrop, Molotov

Ultimátum de Francia a Alemania, 1939


Excelentísimo Señor:
 No habiendo recibido el 3 de septiembre a las 12 horas del mediodía, ninguna respuesta satisfactoria del gobierno del Reich al escrito que entregué a V.E. el 1 de Septiembre, a las 22 horas, tengo el honor de comunicarle, por encargo de mi gobierno, lo siguiente:
El gobierno de la República Francesa considera su deber recordar, por última vez, la grave responsabilidad que ha tomado sobre sí el gobierno del Reich al haber abierto las hostilidades contra Polonia sin declaración de guerra y no haber aceptado la proposición de los gobiernos de la República Francesa y de Su Majestad británica de suspender toda acción de ataque contra Polonia y declararse dispuesto a una retirada inmediata de sus tropas de territorio polaco.
El gobierno de la República tiene por ello el honor de poner en conocimiento del gobierno del Reich que se ve obligado desde hoy 3 de Septiembre, a las 17 horas, a cumplir las obligaciones contraídas por Francia con Polonia en el Tratado Franco-Polaco y que el gobierno alemán conoce.
3 de septiembre de 1939
Coulondre
Embajador de Francia en Berlín

 

CHRISTIANES TALLAERT, ANTROPÓLOGA, EXPERTA EN CONFLICTOS ÉTNICOS [Tengo 47 años, nací en Gante, pero he vivido siempre en Bruselas. Estoy casada con un extremeño y tengo tres hijos, con los que hablo en mi lengua, neerlandés. Políticamente, sólo actúo según mi conciencia. Soy agnóstica, pero creo que nuestros hijos deben conocer la importancia cultural de las religiones. Me asusta el mundo que viene.]



"Nos acecha el peor de los totalitarismos"

- Me da vergüenza decir que alumnos míos, universitarios de veinte años, no saben ni lo que es un apóstol ni un sacramento ni los retablos de los primitivos flamencos.

- En Bélgica ¿qué papel tiene la religión?

- Una presencia neutra, no lo problematizamos como ustedes. Mis hijos no están bautizados, pero no hubo problema para escolarizarlos en un colegio religioso, no tiene mayor importancia. ¡Me alegra que aprendan historia de las religiones sin peligro de fanatismo!

- Primero se metió usted a estudiar la construcción de la identidad nacional en España.

- Todo empezó en los bares del barrio español de Bruselas, donde yo vivía. Me fijé en que la comunidad española y la magrebí se peleaban, pero, al mismo tiempo, se entendían, se reconocían. Eso me intrigaba.

- De ahí a encontrar paralelismos entre el nazismo y la Inquisición...

- En ambos casos, antes que eliminar al otro querían eliminar al propio que se saliera del rebaño. El primer programa de aniquilamiento de los nazis no fue dirigido a los judíos, sino a enfermos mentales.

- No querían seres frágiles.

- Por eso en los campos de concentración los separaban en dos filas: a la izquierda, la gente joven y vital capaz de trabajar como esclavos; a la derecha, enfermos, ancianos y niños, destinados al crematorio. El siguiente plan fue eliminar a todos los homosexuales. Un homosexual no entraba en su concepto de nación como cuerpo homogéneo sano.

- ¿Cómo era un ejemplar impuro?

- Se sorprenderá. En el caso nazi, no importaba tanto el perfil de nariz judío, la altura o el color de ojos. Lo que les preocupaba era su árbol genealógico. En el caso de la Inquisición española, lo mismo: el linaje. Aquí controlaban incluso si te habías cambiado un sábado de camisa, la forma de barrer tu casa...

- ¿Y una mujer aria convertida al judaísmo?

- Perdía su estatuto de aria. Sus hijos eran considerados judíos aunque ella siguiera siendo pálida, rubia y con ojos azules.

- Pero esos laboratorios de atroces experimentos eugenésicos existieron.

- Pero no era la única maniobra. Si lees Mi lucha,de Hitler, te das cuenta de que el sistema burocrático perseguía algo más que una mera cuestión de piel. Hitler quería seres puros por fuera y por dentro.
(…)

 

Antes de 1492, la Inquisición no perseguía ni a musulmanes ni a judíos. La Inquisición nació para depurar a la propia comunidad cristiana. Por eso perseguían a los herejes.

 

- Apuesto a que ahora añadiría más cosas a su estudio, con la que está cayendo.

- En el último año la tensión mundial me ha obligado a reflexionar. En el prólogo yo decía que en Europa estábamos convencidos de que "no volverían a reproducirse esos fundamentalismos". Cuando vi la que se estaba preparando..., tuve que cambiarlo.

- ¿Cree que pueden volver con más fuerza?

- Lo veo: nos acecha el peor de los totalitarismos. He vivido estos últimos meses con creciente preocupación, viendo cómo reviven mecanismos de poder que he trabajado a fondo. ¡Y eso me horroriza! Estamos presenciando la aceleración de tendencias como el avance de las extremas derechas en Europa.

- ¿La intolerancia es hoy un valor?

- Los valores se han invertido. Ahora la guerra es la pacificación, la sumisión es la emancipación. "Sólo los míos son buenos". El nuevo totalitarismo se está gestando y, cuando el péndulo se rompa..., será nefasto.

- ¿Cuándo se estrellan los totalitarismos?

- Cuando sus jefes empiezan a pensar que son los elegidos de Dios en el mundo, alimentan su ambición imperialista y se les desborda el proyecto de depuración: no pueden abarcar tantos territorios y se hunden.

                                                                                                                                         NÚRIA ESCUR - 16/03/2006

 

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